En Fase de Desintegración

Oriol Torné Codina
20 min readApr 5, 2018

Prefacio

Me acuerdo que estando con unos amigos en el „das Hotel“, un bar en Schönleinstraße, conocí a un tipo español que parecía estar solo, disfrutando de la fiesta sin conocer a nadie. Me acuerdo que me ofreció un trago de cerveza y estuvimos hablando un rato de todo y de nada en concreto. Entonces, como es normal preguntarse entre expatriados, me preguntó que cómo llevaba el alemán y cuanto tiempo llevaba viviendo en la ciudad. Yo, orgulloso, le expliqué que me había sacado el nivel C1 y que al estar viviendo y trabajando con alemanes lo llevaba bastante bien y que me sentía totalmente integrado. Por aquél entonces yo llevaría un poco menos de tres años en Berlín — suficiente tiempo como para haber entrado en contacto realmente con la cultura, la lengua y la ciudad. Entonces, su turno para contestar llegó. Ese momento en el que te preparas para la comparación y ver quién de los dos se puede considerar ser el más Berliner. Él llevaba un poco más de ocho años y me dijo una frase que nunca olvidaré: “Yo estoy ya en fase de desintegración”.

Por aquél entonces no entendí muy bien el significado de esa frase, pero por alguna razón se me quedó grabada en el cerebro. No comprendía como alguien pudiera estar en fase de desintegración. Es decir: se integró, aprendió la lengua y conoció la cultura alemana (y berlinesa). Como podía ser que ahora estuviera en una “fase de desintegración” después de todo lo conseguido? No parecía lógico.

Pues bien, cinco años después creo que soy capaz de explicarlo y por eso voy a dedicar un poco de mi tiempo a explicar mi experiencia en Berlín. Porqué, a ver, ocho años son ocho años.

Como decidí venirme a vivir a Berlín.

Pues bien, para ser sincero, nunca decidí venir a vivir a Berlín. Creo que la vida decidió que yo me fuera a vivir a Berlín. Me explico:

Yo estudié Arte y Diseño en la Escola Massana de Barcelona. En los últimos meses de carrera, decidimos con un compañero de clase y amigo, el Luís, que molaría visitar durante unos meses algún sitio con una buena oferta en cultura, arte y diseño, para buscar la oportunidad de montar un atelier o un taller para hacer camisetas, dibujos, ilustración y estas cosas. Yo no conocía Berlín, pero había oído que la oferta cultural era buena y era relativamente fácil montar iniciativas o ideas propias. Así que después de acabar el proyecto de final de carrera y de rayarme con una ex-novia, decidimos irnos a Berlin con Luís para ver que se cocía allí y a ver cosas nuevas. Como unas mini-vacaciones-post-estudios.

Luís es un tipo callado, artista, bohemio y muy tranquilo. Se toma las cosas muy a su ritmo y eso a veces puede ser bastante molesto. Por ejemplo: Te vas al muro de Berlín en la East Side Gallery y cuando vas recorriendo el muro y comentas los grafitis pintados encima te das cuenta de que estás hablando solo porqué Luis está como a 200 metros atrás. Ése tipo de persona.
Luís es muy de izquierdas pero no suele discutir y es una persona muy comprensiva. Un buen amigo. Muy a su rollo, pero un buen amigo.

Así que en algún momento de 2011 nos aventuramos a irnos a Berlín. Nos alojamos en un Hostel llamado 36Rooms, al lado de Görlitzer Park, en Kreuzberg, donde habíamos oído que era el mejor barrio de Berlin: muchos bares, internacional, con Ateliers, tiendas pequeñas y mucha gente joven. Me acuerdo que la primera sensación al entrar al Hostel fue; joder, aquí todo es de madera? Las casas en mi pueblo y Barcelona no son de madera, bueno hay partes de madera, pero no todo. En el edificio las escaleras, barandillas, suelo, muebles, casi todo era de madera. Luego entendí que el negocio de la madera es muy importante en Alemania, por eso cuando sales de Berlín ves bosques y bosques con árboles perfectamente alineados — super artificiales — listos para ser cortados y comercializados. Bueno y también hay muchas torres generadoras de energía eólica pero esto no viene al caso.
En el Hostel dormíamos en habitaciones de 10 personas, con taquillas para guardar las cosas de valor y con una cocina, comedor y sala de estar comunitaria-bar. Obviamente había más habitaciones con menos personas pero la nuestra costaba unos 10€ la noche si no recuerdo mal. Admito que era barato pero una mierda en el sentido de que la gente entraba a las 4 de la madrugada borracha y despertaba a todo el mundo, o incluso algunos venían solo a follar, con toda la gente ya “durmiendo”. Para fumar tenías que irte a fuera, justo en el rellano de la puerta donde se entraba en el Hostel, a través del cuál subiendo también se accedía a las habitaciones. Allí fue donde conocí a la mayor parte de gente en los inicios, conocidos y amigos que aún hoy en día sigo viendo, como el Kikito, pero de él ya os lo contaré luego. Las colillas al principio se tiraban en un cenicero. Luego, al cabo de unas semanas, cuando ya eras un perro viejo en el Hostel y todo el mundo te conocía, en el suelo también valía.

Las primeras semanas nos las pasamos conociendo la zona, inspeccionando. Esa primera sensación de novedad, donde todo lo que ves despierta tu interés: “Esto está todo lleno de grafitis!”, “Mira, has visto que las figuras de los semáforos son diferentes?”, “Buah, aquí las birras son de medio litro tu!”, “Tío, aquí se puede fumar en los bares y no cierran nunca!”, “Ha ha! Se ha pensado que era alemán y me ha preguntado no sé qué!”, “Hay muchos punkies no por esta zona?”, “Aquí los locos del barrio van a voces!”, “Mira que Pivón!”, etc. Conocimos el “Zum Elefanten”, un bar donde íbamos a dibujar y a beber cerveza y donde un día pagamos las consumiciones con nuestros dibujos y los colgaron en la pared del bar. Si lo visitáis puede que aún veáis dos dibujos de un elefante colgados uno al lado del otro en el lado izquierdo de la barra, al menos hace medio año ahí estaban aún. Para comer cocinábamos en el Hostel, porqué era más barato y no sé si fue ahí o en el rellano de fumadores donde conocimos a Kikito.

Kikito era un tipo de Madrid de 33 años que había vendido el coche y había venido a Berlín a buscarse la vida. Llevaba muchos Tattoos y había sido un Ultrasur (aún me pone la canción Enrique el Ultrasur de Los Nikis). Kike era muy fiestero y me acuerdo que el día en el que lo conocimos ya no se le volvió a ver por el Hostel en casi 10 días. Cuando le preguntamos, nos dijo que se los había pasado de fiesta por ahí en Watergate, Golden Gate y demás, y que hasta el de la recepción le dijo que por qué pagaba el Hostel si igualmente casi no venía. Él siguió con este estilo de vida hasta que se dió cuenta que el dinero se le acababa y tenía que ahorrar. Entonces lo vimos más a menudo, cocinábamos y acabamos saliendo también juntos, por ejemplo al Trink Teufel, un bar punki casi cada jueves, ya que éramos de los pocos que llevábamos un tiempo fijos en el Hostel y la gente iba y venía. En ese bar conocimos a gente muy curiosa como el Cubano. Siempre estaba rodeado de mujeres y era como muy conocido en el bar, de echo él fue el que nos empezó a enseñar un poco el idioma. Luego me enteré que vendía droga y tuvo algún problema y ya no lo he visto nunca más.

Al cabo de unas semanas, cuando ya me conocía el barrio y después de haber visto muchas galerías de arte, decidí quedarme un tiempo más, aprender el idioma y buscar la oportunidad de abrir una galería o un estudio con Luís. Así que la búsqueda de piso empezó. Me recomendaron wg-gesucht y otras webs para buscar y empecé a mandar emails con la esperanza de encontrar algo. La verdad es que nunca pensé que encontrar un piso compartido en Berlin fuera tan jodidamente difícil. De cada treinta emails solo te contestaban cuatro y cuando ibas a las entrevistas de piso te encontrabas con algo totalmente nuevo. Te mandaban una dirección y una hora y cuando ibas para allá te encontrabas con treinta personas más que también venían por el anuncio. Luego te reunías con los del piso y te preguntaban cosas personales como que qué hacías en Berlín, de donde venias, cuales eran tus planes de futuro y hasta algunos me hicieron traer certificados de estudios. Otra cosa era el “Anmeldung” que sería como un empadronamiento, con el cuál era más fácil encontrar piso y trabajo y que sólo te lo daban obviamente si ya tenías un lugar de residencia o piso. Estuve un mes o dos buscando, primero con Luís y después ya solo para tener más posibilidades, pero no salía nada. Al final encontré algo para un par de meses, con un alemán llamado Kosmas, de treinta y algo en Gesundbrunnen. El tipo era muy raro, no hablaba, no salía de su habitación y guardaba su comida casi precintada y etiquetada. Allí empecé también un curso de alemán en la Volkshochschule y a pensar que qué coño hacía en aquél piso.

Paralelamente, Luis encontró también donde vivir. Su piso era nuevo, en Hermanstraße, y vivía con dos alemanes, el David y el Delil. El primero era de Flensburg y el segundo de Münster creo. Nos hicimos muy amigos todos y quedábamos bastante para salir, hacer barbacoas, deporte y eso, pero yo no encontraba ningún sitio de larga estancia, solo de menos de un par de meses. Después del piso de Kosmas me fuí a otro con un iraquí que me dejó su habitación y me quedé allí con Mandy, una alemana de Berlín muy maja. Mientras tanto, ya había llegado al nivel B1 de alemán y ya empezaba a comunicarme con gente autóctona no solo en inglés sino también en alemán, lo que les hacía ilusión y me abría más puertas.

Con los del piso de Luís, se juntó también Helena y luego Leti y sus compañeros de piso. Helena era de Barcelona y había estudiado en una escuela alemana y conocía al Luís. Leti era también de Barcelona y conocía a Helena. Así que formamos un grupo de gente bastante guay.

Al cabo de dos meses me tuve que ir otra vez al viejo Hostel 36 donde sorpresa me encontré con Kikito que aún andaba buscando piso. Así que allí anduve otros treinta días buscando piso y yendo al curso de alemán. Pero no salía nada. Así que perdida ya casi toda esperanza y pensando en mandar todo a la mierda, un día, estando en el rellano del Hostel, conocí a Yannick.

Yannick era medio francés medio alemán, fan de los láseres y estudiaba ingeniería mecánica. Venía de vez en cuando en el Hostel para conocer a gente y para reunirse con Anil, un turco que llevaba ya un tiempo en Berlin y que organizaba eventos. Me acuerdo que hablamos un rato con cervezas compradas en el Späti (Spätkauf — como un supermercado de barrio) y nos caimos bien. Yannick era corpulento pero no muy alto, con gafas, barba, pelo liso con flequillo y tenia una novia francesa, Claire. Me invitó a su piso en Platz der Luftbrücke; un piso inmenso donde vivían 7 personas en un edificio construido antes de la primera guerra mundial y que pasó de ser una vivienda para ricos, a un hotel-prostíbulo para los soldados aliados después de la segunda guerra mundial, a un atelier para al final convertirse en un edificio con Wohngemeinschaften o WGs (pisos compartidos). El piso se veía viejo, pero se aguantaba. Con paredes muy altas y lleno de grafitis y obras de arte en las paredes (Creo que alguna era de BLU). Las habitaciones eran grandes, con baño propio, también con pintadas, con altillos de madera montadas por ellos con camas y un gran comedor sala de estar y balcón. Era en el cuarto piso y casi todos sus compañeros eran o hablaban alemán.

Allí Yannick me comentó la posibilidad de alquilar una habitación pequeña, de unos 12 metros cuadrados, con un lavabo propio que usaban de desván y que gracias a que el piso era de Altbau (piso antiguo con techos altos) se podría construir un altillo fácilmente y así conseguir espacio para una cama y un estudio. Y lo mejor de todo, por menos de 160€ (super-gangas de antes en Berlín). Yo obviamente me mostré interesado, así que después de unos días yendo al piso a ver a Yannick a dibujar, jugar al ordenador y eso decidimos que haríamos una cena para que conociera a los otros compañeros de piso y habláramos del tema. Yo no estaba muy acostumbrado a esas políticas. En Barcelona, si uno tiene la pasta suficiente y no se odia con los otros inquilinos son suficientes razones como para entrar en un piso. Tener que ir a cenar con las 6 personas, conocerlas y luego tener que esperar a que me dieran un sí o un no, me parecía una cosa muy rara, pero su importancia la entendería luego. Porqué para entenderlo, tienes que entender primero lo son las Wohngemeinschaften.

Las WGs

Las Wohngemeinschaften son pisos compartidos donde la gente no comparte solo por un tema de dinero (o no solo dinero). El piso es una comunidad donde las personas comparten un estilo e ideal de vida. Comparten la comida, se ayudan entre ellos, construyen cosas y hacen del piso algo vivo, emprenden cosas juntos y lo más importante, colaboran entre ellos para crear un sitio que se pueda llamar hogar.
La cena estuvo bien. Yo llevé creo que un vino tinto (del del Späti que te clavan 7€ por un vino que en Barcelona se llamaría “de calimocho” pero como tenía nombre italiano o español ya daba el pego) y conocí a la gente del piso. Todos eran más mayores que yo pero eso no importaba demasiado. Inga era alemana y vestía como una hippie, muy buena persona y hablaba más o menos el español porqué había vivido en el sur de España con la segunda compañera de piso, Christina, que vivía en la habitación más grande con su novio berlinés de ascendencia turca, Alp. Inga también viva con su novio en otra habitación; Youssef de Marruecos. Luego estaban una pareja de neozelandeses que eran artistas y tenían trabajos muy interesantes pero no socializaban demasiado, siempre en pack. Y Yannick. Todos estuvieron de acuerdo en alquilarme el trastero-habitación y después de unos días limpiándolo empezamos a hacer planes con Yannick para montar un altillo para colocar la cama encima. De allí me despedí del Hostel y su gente y me instalé en el piso de la T-2, un nombre que le pusimos al edificio junto a todas las WGs. Mencionar solo que a partir de ese punto decidí relacionarme con la gente que sabía alemán solo en alemán, para así intentar integrarme y aprender el idioma, una inmersión total digamos.

El edificio estaba formado casi enteramente por WGs, cada una con sus como mínimo 6 inquilinos y con gente de edades y nacionalidades distintas. De 18 a 50 años, con gente que venía de Iraq o Australia, muchas con una especial inclinación a la creatividad: músicos, DJs, ilustradores, creadores audiovisuales, organizadores de eventos y mappings, etc. Uno de ellos era, es uno de los del Sisyphos. Allí se montaban fiestas grandes y molonas, con diferentes salas y tipos de música, con bar montado y demás, que acababan al día siguiente y con gente durmiendo en mi cama. Una vez hicimos una fiesta con mas de 150 personas y cuando me levanté al día siguiente por la noche me acuerdo que aún había gente escuchando música y otra gente en el tejado de la casa siguiendo la fiesta. Desde el tejado se veía todo Berlín y era muy espectacular, especialmente los fines de año, donde la gente no para de tirar petardos y cohetes durante toda la noche. Se accedía además solo desde nuestro piso a través de una mini habitación-cámara a la que había que acceder con unas escaleras y luego con una luz ir trepando secciones hasta llegar a un especie de desván gigante donde se rodaron luego algunos cortos. Las fiestas eran bastante destroyers y imaginaos la cara que se nos ponía a la hora de limpiar los 170 metros cuadrados de apartamento, con todo el suelo pegajoso y cuerpos casi sin vida de gente que la noche anterior parecía ser decente.

Durante este tiempo y habiendo acabado los cursos de alemán, empecé a trabajar en el restaurante Colibri, fusión de tapas españolas y alemanas. La que lo llevaba, la Jessica, era una alemana a la que le encantaba la comida española y junto a su novio, Grischa, un berlinés de pura cepa que era rapero y trabajaba empapelando las calles con carteles para diferentes empresas (en la cual yo también ayudé alguna vez diseñando carteles o empapelando directamente), abrieron este pequeño pero acogedor negocio además justo al lado de mi piso. Bueno, un par o tres de calles al lado de mi piso.

Ésa época fue bastante perfecta, conocí a muchísima gente y conocí la cultura y la lengua alemanas (o al menos berlinesas) bastante bien y la verdad porqué no decirlo, me sentía uno más de la familia del Bergmannkiez. A parte con la gente del piso también hice muy buenas migas y me acostumbré a hacer casi todo juntos: cenas, barbacoas, salidas al lago, remodelar furgonetas, construir y reconstruir cosas dentro de la casa como la cocina, plantar un mini huerto al balcón, construir habitaciones para invitados y otras ideas (de bombero) que básicamente venían de Yannick. Claro que a veces hubo disputas sobre la organización, que empezaron a hacerse más notables cuando Inga y Christina se fueron del piso. Después de ellas, fueron entrando y saliendo gente que nunca llegaron a estar bien con los del piso: franceses traperos, alemanes que se meaban borrachos en el pasillo y hasta un australiano que se metía opio en el comedor. Pero este duró poco. Al cabo de un tiempo, la novia de Yannick también se vino a vivir en la Wg y bueno, los tres fuimos los que básicamente estuvimos más tiempo viviendo allí en total.

Cuando más bien estaba, la Escola Massana nos envió un email diciendo que había la posibilidad de cursar un año más para retitular mis estudios a grado homologado europeo, cosa que me permitiría a lo mejor encontrar un trabajo más serio y orientado el diseño o el arte. Con Luis estuvimos un largo tiempo haciendo un Fanzine, el “Bildwörterbuch Fanzine” en el que traducíamos conceptos y palabras alemanas a ilustraciones y los vendíamos en tiendas de cómics y librerías por un Euro. Iba bien y nos gustaba pero después de un tiempo Luis se echó novia (la Lulu, con la que por cierto aún hoy están juntos y viven en un pisito muy majo) y desde entonces que nos vemos poco y dejamos también el proyecto en stand by. Esto cambio pero cuando decidimos hacer la retitulación y volver a Barcelona por un año, o porqué no, por quedarse.

De vuelta a Barcelona

Antes de irme, pero, le dije a Yannick que yo evaluaba la posibilidad de volver y que alquilara la habitación solo por ese período de tiempo, y lo acordamos. Por cierto, luego Yannick se casó en la bretaña francesa con su novia y fue impresionante. Me invitó y fueron tres días de comer cerdos enteros cocidos en hornos de metal y ostras recolectadas por nosotros mismos y beber sidra y cerveza echa por sus familiares. A lo Astérix y Obelix.
Así que volví a Barcelona, busqué un piso (fue obviamente mucho más fácil) y empecé los estudios.

Después de tres años y algo viviendo la experiencia Berlin, la verdad es que nunca volví a sentirme igual al volver después de un tiempo, pero es que vivir un año en Barcelona me pareció bastante raro. La gente en el tren no dejaba bajar a la gente de dentro primero antes de entrar, la forma de hacer las cosas en la empresa en la que estuve trabajando a media jornada era super desorganizada y estresante, las fiestas eran una mierda, no se podía fumar en los bares y no había birras de medio litro (más de una vez me echaron de un bar por fumar), las cosas parecían ir treinta veces más rápido y lo peor de todo: la sensación de levantarse y tener que luchar para comunicarte, aprender cosas nuevas y encontrar cosas que te sorprendieran (como que los chupitos mexicaners son peores y mejores dependiendo del bar) desapareció. De pronto estaba otra vez como casi reintegrándome a un estilo de vida que ya casi había olvidado, y no podía evitar (porqué vivía delante de la Sagrada Família) acercarme a grupos de turistas alemanes y escuchar sus conversaciones por curiosidad, para ver qué decían de la ciudad, y mira tu por donde, a veces hasta comprendía y sentía como parte de mi experiencia esa manera de ser alemana que de otra parte cuando aún vivía en Berlin me resultaba tan rara.
No pasaron muchos meses cuando el estilo de vida del sur (sol, playa, diversión, familia y amigos — que ahora veía mucho más) me cautivó otra vez. Echaba de menos Berlín pero solo en situaciones puntuales y la verdad tampoco le daba demasiada importancia, porqué la vida en el sur mola. Fue cuando acabé la retitulación que decidí que prefería intentar encontrar trabajo en Berlín y acumular experiencia allí para después encontrar algo en Barcelona más bien pagado.

Así que un año después volví y retomé la vida en Berlín donde la dejé - volví al bar de antes y al piso de Yannick. Por aquél entonces había alguien diferente. Era Fabian, que ahora vivía donde Inga, un alemán muy buen chaval que estudiaba matemáticas y también bastante hippie. Luego tubo problemas con Yannick (que no era difícil tenerlos) y se fue. Creo que luego montó con amigos el Klunkerkranich, la bar-terraza que está en Rathaus Neukölln, pero la verdad es que no he ido aún.

Otro Trabajo

No pasó mucho tiempo hasta que encontré un trabajo en una empresa de marketing. Me costó mucho dejar el bar donde había conocido parte de mi familia berlinesa (casi todos los comensales eran amigos y gente del barrio). Pero decidí que no quería trabajar en un bar toda mi vida y que realmente me había llegado una oportunidad. Bueno, seamos claros: Leti, que después de que Helena se fuera de Berlin aún nos veíamos, me enchufó. A Luis por cierto lo enchufó otra amiga, la Paula, en Foodpanda. Así que bueno, después de hacer las entrevistas de trabajo, sí: entrevistas (ni una, ni dos ni, tres, si no tres) me cogieron de diseñador gráfico.
Trabajar en Berlin de gráfico en una empresa internacional y de marketing significaba básicamente hacer Banners y alguna cosa más = repetitivo = mierda. Que fuera internacional me ayudó a conocer muchísima gente de diferentes partes del mundo y me lo pasé en grande. De echo, si no me fui de la empresa por aburrimiento fue básicamente por la gente que allí conocí y que aún siguen formando parte de mi círculo social: Albert, uno de Barcelona que iba al Pont Aeri, Arthur, un canadiense con Tattoos (la cultura del Tattoo en Berlin es otra curiosidad que hay the destacar), Carlos, un portugués más serio que los propios alemanes, Chris, un inglés muy inglés fan de los Rimjobs, Marcos, un brasileño con raíces alemanas, Artem, un ucraniano o ruso, no me acuerdo, Matteo, italiano y mil más.

Durante los primeros meses en Glispa (así se llama o llamaba la empresa si no se ha ido a la quiebra ya) me apunté a un equipo de futbol llamado BMK o Berliner Montagskater o La Resaca Berlinesa de los Lunes. Jakob y Niko, unos amigos también de Helena y con los que ya hacía tiempo que tenía y tengo una relación de amistad y con los cuáles ya jugaba a futbol en un campo a tomar por saco (Grunewald) antes de irme a Barcelona, me invitaron a jugar con unos amigos suyos españoles. La verdad, al principio pensé, anda pero si tienen campo propio, nombre propio, deben ser buenos. Eran buenos, pero eran más buenos en el Bar. Me ganaban en todos los partidos que jugábamos en las barras y fueron durante mucho tiempo, un punto donde compartir mi pasión por el futbol, las discusiones y por los bares. Algunos de ellos aún viven en Berlin, pero como siempre pasa en esta maldita ciudad de paso, muchos ya se han ido y viven felices en España viendo las últimas noticias del Procés. Mientras quede uno en Berlin, seguirá el alma BMK, o por lo menos mientras queden las pegatinas que hemos ido dejando en nuestras numerosas rutas de bares y discotecas.

En Glispa (por cierto, ya no trabajo allí), conocí otro Berlin totalmente diferente al que conocía. Ahora ya no me relacionaba solo con alemanes como en el bar donde estaba, si no que ahora me encontraba en la otra cara de la moneda. Ahora solo hablaba inglés casi, dado que era el idioma vehicular de la empresa y la verdad la cosa era muy diferente. Cuando salía a bares o iba a eventos, fue la primera vez en mucho tiempo que me sentía como un extranjero. Había luchado para integrarme y lo estaba, pero ahora me estaba desintegrando en el sentido de que la gente a mi alrededor no buscaba eso sino que simplemente vivía sin tener en cuenta ni idioma ni cultura berlinesas o alemanas y yo tenía que adaptarme a la situación. Cuando salía y salgo con ellos, me convierto en un turista más. Es realmente curioso como los ambientes en un mismo ambiente pueden llegar a cambiar cuando se está en modo turista o en modo autóctono.

Un Nuevo Piso

Al cabo de un o dos años, Yannick y Claire se fueron a vivir a Francia y nos quedamos unos cuantos en el piso. La compañía Taekker, que era la dueña del edificio decidió que quería renovarlo, montar apartamentos de lujo y alquilarlo a personas ricas. Así que sintiéndolo mucho y con una indemnización que dieron a Yannick porqué era el Hausmeister nos tuvimos que ir todos. Esto pasó y está pasando en todo Berlín (pero también en otras ciudades del mundo) a causa de la famosa gentrificación. En cuestión de meses se hizo trizas algo que habíamos construido durante mucho tiempo.

Por suerte, Albert, el del Pont Aeri, me dijo que se iba a cambiar de piso y que el suyo se quedaba libre, así que lo fui a ver y me gustó. Era, es, un piso de 45 metros cuadrados con dos habitaciones que para una persona es perfecto y como para mi, vivir solo era algo totalmente nuevo y como realmente no tenía otra opción, me lo quedé. Ahora me podía pagar un piso (y que por mucho dure!). Recuerdo a los inicios, pagando diez euros por una habitación en un Hostel donde éramos diez personas o viviendo con seis personas, ahora vivía solo. Nunca pensé que molara tanto la sensación de haber pasado por todo lo que había pasado y ahora estar solo en la sala de estar en un piso alquilado en Berlín. Luego me paso por la cabeza: pero cuándo coño decidí quedarme a vivir en Berlin? Nunca! Las oportunidades simplemente fueron pasando y las cogí. Estaba contento y parecía que todo iba bien. El piso es en Weissensee, vale un poco a tomar por el culo, pero estaba cerca de mi empresa (Prenzlauer Berg) y no necesitaba bajar a Kreuzberg o a mi antiguo Bergmannstraße nada más que para visitar a amigos, al Colibri o a sitios donde iba a menudo a respirar y tomar el aire como Tempelhof.

Mi nuevo barrio era, es, puro berlinés. La gente son de aquí de toda la vida y se notaba. No había tanto multiculturalismo como en donde antes y eso me hizo cambiar la manera de ver la ciudad de forma totalmente radical. En Weissensee no hay bares casi, y si los hay, están llenos de borrachos viejos mirando partidos de fútbol o mirando su vaso de vodka vacío. Ni rastro de los bares modernos con música buena y gente joven. Alguien me dijo una vez que vivir un año en Weissensee equivalía a 3 años viviendo en barrios guays, porqué allí realmente catabas el flair de la comunidad berlinesa y sus gentes en su amplio espectro. En el super, en la calle, la gente hablaba la jerga berlinesa. Veías votantes del AfD caminando por la calle rapados y con las camisetas Yakuza mirando mal a los de piel oscura, a la otra acera, una pareja homosexual yendo a comprar con la mano cogida. Todo era un mix, y cuando digo todo es todo. Aún así, ya no oía hablar otros idiomas y si lo hacía era una sorpresa, no había gente tocando música por la calle, no había nada a lo que yo estaba acostumbrado: Berlin se había convertido de golpe en una ciudad monolingüe, tranquila y aburrida.

Final

Ahora, 8 años después de haber conocido al Yannick o al Kikito, 7 años después de haber encontrado mi primera WG, 6 años después de haber encontrado mi primer trabajo en un bar, 5 años después de haber aprendido a hacer un buen Mexikaner, 4 años después de haber vuelto a volver, 3 años después de encontrar un trabajo en una empresa en Berlín, 2 años después de entrar a vivir en mi actual piso y 1 año después de haberlo vuelto a dejar con un lío de verano berlinés, puedo decir con seguridad que estoy en fase de desintegración.

Berlin ya no es la ciudad que me cautivó al principio, que me vio crecer en mis veinte e integrarme, hacer amigos, emocionarme con puestas y salidas de sol desde el Watergate o Kater Holzig o Griessmühle o desde alguna open-air. Yo ya lo he visto todo. He podido ver las dos caras de la misma moneda. Vivir y salir con gente autóctona y trabajar e irme de fiesta con turistas. Me estoy desintegrando porqué me integré a algo que no era realmente Berlin. Berlin es para mi una ciudad como cualquier otra. Es la gente que la habita y los lugares especiales donde esta se reúne. Berlin es una actitud.

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Oriol Torné Codina

Co-founder and Senior Product Designer based in Berlin.